¿Sabes porqué utilizas Windows? ¿O sabes porqué usas Macintosh (Apple)? ¿Lo haces porque son más chulos? ¿Porque funcionan mejor? ¿Porque no dan problemas? ¿Quizás porque son un indicativo de tu estatus social? ¿O a lo mejor es porque ni siquiera te preocupas de saber el porqué y quién fabrica el programa que gestiona tu ordenador? Hay ataduras que recortan tus libertades, como el entretenimiento sinsentido, la moda o la desinformación. La cuarta cadena que te esclaviza procede de donde no te imaginas: Tu propio ordenador
Hace años que los fabricantes de sistemas operativos —como Microsoft o Apple— dedican ingentes recursos a ocultar cómo funcionan realmente los ordenadores, se supone que con la idea de simplificar su uso. Para ello, algunos de sus mejores ingenieros han inventado toda clase de metáforas visuales e interfaces gráficas, lo cual ha permitido que mucha gente se acerque a los ordenadores personales sin sentir pánico o sin provocar grandes gastos de formación de personal a sus empresas.
Esa es la explicación aparente. Pero, lamentablemente, construir ese muro de metáforas en forma de interfaz gráfica entre el ordenador y el usuario (conocida como GUI) ha tenido un coste social y cultural muy notable, ya que hizo que la tecnología que rodea al ordenador se percibiera como algo mágico, sin conexión alguna entre causas y efectos, recubriendo de un formidable manto de ignorancia todo lo que realmente sucede. Eso propició estrategias comerciales basadas en el engaño y la trampa, cuando no abiertamente delictivas y aclara porqué productos muy deficientes, como el propio Windows, sean consumidos masivamente y tolerados por el gran público, que soporta resignadamente una mercancía plagada de errores y sin garantía real alguna, que acepta las pérdidas de datos, los virus, las vulnerabilidades, el control sobre su intimidad y toda clase de errores inesperados como algo natural, inherente al propio ordenador, y no al sistema operativo que lo hace funcionar.
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